Carlos Martínez García
La sociedad mexicana cambia, pero el registro de ese cambio tarda en ocurrir. Hace un buen tiempo que pasaron los años del partido político casi único, lo mismo que de la Iglesia (católica) sin contrapartes en el horizonte. Pero en la opinión publicada que tiene cabida en diarios y revistas, y sobre todo en los medios electrónicos, se siguen utilizando expresiones que borran la diversificación religiosa ya bien asentada en el país.
Por todas partes podemos leer encabezados, reportajes, análisis que usan como expresión la Iglesia para referirse a la Iglesia católica. Los autores no consideran necesario usar el calificativo porque presuponen que los lectores saben que sólo hay una institución de la que se ocupan cuando escriben, o la señalan en radio y televisión, y que ella es la Iglesia católica. Las demás creencias, desde la perspectiva hegemónica del catolicismo invisibilizador, caben sin problemas en el costal de las “sectas”.
La historia de las disidencias religiosas en México demuestra que el dominio de las conciencias por la Iglesia católica nunca fue total. A lo largo de los tres siglos de la Colonia hubo individuos que burlaron el control confesional católico, algunos fueron descubiertos y padecieron juicios inquisitoriales. Otros lograron, bajo el manto protector de la vida privada, guardar sus creencias y transmitirlas en el seno familiar y de algunas amistades cercanas.
En el periodo que va de los primeros años posteriores a la Independencia y la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, se acrecientan los nacionales que se identifican con credos distintos al catolicismo. Conforman pequeños núcleos a los que la Iglesia católica combate decididamente, pero la persistencia de los disidentes es notable y logran sobrevivir al acoso. Con ello fortalecen las vías de una incipiente diversificación religiosa en el país.
Los misioneros extranjeros que en el último tercio del siglo XIX arriban a México para consolidar iglesias de distintas denominaciones protestantes no crean ex nihilo las comunidades de creyentes evangélicos; sino que potencian lo ya trabajado por nacionales que por distintos caminos habían dado antes los primeros pasos del protestantismo mexicano.
Primero con porcentajes modestos registrados por los censos de población, hasta 1950 los no católicos son una minoría cuya presencia molesta al clero católico, pero que está lejos de disputar el dominio del campo religioso a la creencia tradicional. A partir de 1960 los censos comienzan a mostrar cifras de crecimiento significativo del abanico protestante, y disminución porcentual en las filas del catolicismo. Hace dos décadas dejó de ser cierta la afirmación de que más de 90 por ciento de los mexicanos son católicos. Sin embargo, e incluso en medios críticos del clericalismo católico, se siguen dando por ciertos los números que no tienen asidero en la realidad.
La sociedad mexicana cambia, pero el registro de ese cambio tarda en ocurrir. Hace un buen tiempo que pasaron los años del partido político casi único, lo mismo que de la Iglesia (católica) sin contrapartes en el horizonte. Pero en la opinión publicada que tiene cabida en diarios y revistas, y sobre todo en los medios electrónicos, se siguen utilizando expresiones que borran la diversificación religiosa ya bien asentada en el país.
Por todas partes podemos leer encabezados, reportajes, análisis que usan como expresión la Iglesia para referirse a la Iglesia católica. Los autores no consideran necesario usar el calificativo porque presuponen que los lectores saben que sólo hay una institución de la que se ocupan cuando escriben, o la señalan en radio y televisión, y que ella es la Iglesia católica. Las demás creencias, desde la perspectiva hegemónica del catolicismo invisibilizador, caben sin problemas en el costal de las “sectas”.
La historia de las disidencias religiosas en México demuestra que el dominio de las conciencias por la Iglesia católica nunca fue total. A lo largo de los tres siglos de la Colonia hubo individuos que burlaron el control confesional católico, algunos fueron descubiertos y padecieron juicios inquisitoriales. Otros lograron, bajo el manto protector de la vida privada, guardar sus creencias y transmitirlas en el seno familiar y de algunas amistades cercanas.
En el periodo que va de los primeros años posteriores a la Independencia y la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860, se acrecientan los nacionales que se identifican con credos distintos al catolicismo. Conforman pequeños núcleos a los que la Iglesia católica combate decididamente, pero la persistencia de los disidentes es notable y logran sobrevivir al acoso. Con ello fortalecen las vías de una incipiente diversificación religiosa en el país.
Los misioneros extranjeros que en el último tercio del siglo XIX arriban a México para consolidar iglesias de distintas denominaciones protestantes no crean ex nihilo las comunidades de creyentes evangélicos; sino que potencian lo ya trabajado por nacionales que por distintos caminos habían dado antes los primeros pasos del protestantismo mexicano.
Primero con porcentajes modestos registrados por los censos de población, hasta 1950 los no católicos son una minoría cuya presencia molesta al clero católico, pero que está lejos de disputar el dominio del campo religioso a la creencia tradicional. A partir de 1960 los censos comienzan a mostrar cifras de crecimiento significativo del abanico protestante, y disminución porcentual en las filas del catolicismo. Hace dos décadas dejó de ser cierta la afirmación de que más de 90 por ciento de los mexicanos son católicos. Sin embargo, e incluso en medios críticos del clericalismo católico, se siguen dando por ciertos los números que no tienen asidero en la realidad.
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