José Blanco
La cultura política en México no cambia, o no lo hace en temas esenciales para la convivencia democrática y para la construcción del futuro de la nación. El ethos político de la sociedad es esencialmente priísta.
Por más de 60 años tuvimos una hiperpresidencia con poderes metaconstitucionales. En el origen fue una necesidad histórica en una sociedad hondamente dividida. Luego se convirtió en un factor de conveniencia para esa misma Presidencia que anuló siempre la división de poderes y manipulaba corporativamente a la sociedad.
Abundan las naciones modernas que son hijas de unificaciones mediadas por procesos –no exentos de violencia– por los que se impusieron finalmente los grupos dominantes. Son países en los que aún quedan huellas de su origen multinacional. Es el caso de Francia; el de España, que nadie sabe si habrá un día conclusión política consensuada en su diversidad nacional; o los casos tardíos de Italia y de Alemania. Es el caso inclusive de Estados Unidos, cuya final unificación estuvo mediada por una cruenta guerra de serios intentos de secesión por los esclavistas sureños.
La unificación porfirista fue un acto de centralización por la fuerza. Pero después de esa unificación relativa, la sociedad tuvo desarrollos económicos de los que surgieron nuevos grupos sociales en las clases económicamente dominantes, excluidas del mundo político. Una revolución hubo de producir las condiciones para llegar a una nueva unificación autoritaria con Calles.
Los grupos políticamente dominantes mexicanos no se propusieron incorporar elementos estructurales de largo plazo para construir un piso mínimo de igualdad social entre los mexicanos. Por el contrario, esos grupos, que terminarían siendo el PRI, hallaron en la división social y en la desigualdad una fuente permanente de su poder político.
Pero el país siguió creciendo y diversificándose. A principios de los años 60, México dejó de ser un país predominantemente rural. Las clases medias crecieron. Pero la desigualdad continuó siendo reproducida por mil caminos y la sociedad siguió dividida.
Cuando el PRI perdió el poder político, emergió la diversidad y la desigualdad aun con mayor fuerza. Una sociedad dividida produjo un gobierno dividido, pero hasta el día de hoy los partidos políticos no lo asumen. Los partidos “grandes” sueñan, en su alma priísta, con el carro completo. Las presidencias del PAN han sido una suerte de caricatura de lo que fueron las priístas, incluyendo el uso de las ruinas (en algunos casos no tan arruinadas) de las riendas de los controles corporativos.
Muchos ciudadanos viven en el desánimo de ver el mundo político mexicano y el actuar de los políticos. El sentimiento expresado con rabia no hace mucho por los argentinos parece recorrer hoy franjas amplias de la sociedad mexicana: que se vayan todos. Eso quiere la propuesta del voto nulo. Pero no es sino otro sueño. No se irán.
En las elecciones intermedias siempre hay una mayor abstención que en el voto de las presidenciales, y nos hemos habituado a ver el hecho como “normal”, no como una anomalía del sistema político. Esta vez la abstención será mayor (en abril algunas encuestas la hacía llegar hasta 70 por ciento), y en 30 por ciento de los potenciales votantes ganaban aun los indecisos.
El desencanto con los partidos, el gobierno y la política nace de su proverbial ineficacia. No han sido capaces de asumir un gobierno dividido, menos aún de producir un proyecto de futuro de largo plazo que se sostenga más allá de los periodos electorales. Una ruta que nos saque de la postración y el subdesarrollo. Y son los partidos los únicos agentes posibilitados de generar ese acuerdo en lo fundamental. No lo hacen, no sirven. Los proyectos “societarios”, creo, son un sueño más.
Los abstencionistas definitivos, ni modo, han decidido dejar que ese 30 o 35 por ciento de votantes decida cómo integrar la Cámara de Diputados y las alcaldías en juego. Muchos abstencionistas creen que así “castigarán” a los partidos. Los del voto nulo, en cualquier modalidad, creen lo mismo: que los políticos se enteren que repudiamos su existencia en los términos en que ejercen la política. Es por supuesto una ingenuidad creer que esos “castigos” van a modificar la política y los partidos. Nada cambiará por el hecho de que fuera 20 o 10 por ciento de los electores quienes configuren la composición de la Cámara: cualquier cifra será tomada por los elegidos como la cifra electoral realmente existente y posible. Sería legal y cada uno tendrá su silla con tres o con cinco votos. En el sistema político mexicano ningún diputado es responsable frente a los electores, de modo que abstenciones y votos nulos les importan en la medida en que su voto duro es de distinto tamaño. Se crea así una división más entre los partidos: los del voto duro mayor están más cómodos con una alta abstención y muchos votos nulos.
¿Quiere usted castigar a los “grandes”?: vote por un chico. Vea cuáles son negocios familiares (el Verde que, además, está contra la vida), vea cuáles son rémoras oportunistas colgadas de los “grandes”, piense y vote. No va usted a ganar, va a darle espacio a voces nuevas: experimente. Si el voto a los chicos es significativo, quizá los grandes empiecen a pensar en los electores. No hay más que los bueyes grandes para arar y, en lugar de boxear, queremos que aren de consuno por el bien de México.
Por más de 60 años tuvimos una hiperpresidencia con poderes metaconstitucionales. En el origen fue una necesidad histórica en una sociedad hondamente dividida. Luego se convirtió en un factor de conveniencia para esa misma Presidencia que anuló siempre la división de poderes y manipulaba corporativamente a la sociedad.
Abundan las naciones modernas que son hijas de unificaciones mediadas por procesos –no exentos de violencia– por los que se impusieron finalmente los grupos dominantes. Son países en los que aún quedan huellas de su origen multinacional. Es el caso de Francia; el de España, que nadie sabe si habrá un día conclusión política consensuada en su diversidad nacional; o los casos tardíos de Italia y de Alemania. Es el caso inclusive de Estados Unidos, cuya final unificación estuvo mediada por una cruenta guerra de serios intentos de secesión por los esclavistas sureños.
La unificación porfirista fue un acto de centralización por la fuerza. Pero después de esa unificación relativa, la sociedad tuvo desarrollos económicos de los que surgieron nuevos grupos sociales en las clases económicamente dominantes, excluidas del mundo político. Una revolución hubo de producir las condiciones para llegar a una nueva unificación autoritaria con Calles.
Los grupos políticamente dominantes mexicanos no se propusieron incorporar elementos estructurales de largo plazo para construir un piso mínimo de igualdad social entre los mexicanos. Por el contrario, esos grupos, que terminarían siendo el PRI, hallaron en la división social y en la desigualdad una fuente permanente de su poder político.
Pero el país siguió creciendo y diversificándose. A principios de los años 60, México dejó de ser un país predominantemente rural. Las clases medias crecieron. Pero la desigualdad continuó siendo reproducida por mil caminos y la sociedad siguió dividida.
Cuando el PRI perdió el poder político, emergió la diversidad y la desigualdad aun con mayor fuerza. Una sociedad dividida produjo un gobierno dividido, pero hasta el día de hoy los partidos políticos no lo asumen. Los partidos “grandes” sueñan, en su alma priísta, con el carro completo. Las presidencias del PAN han sido una suerte de caricatura de lo que fueron las priístas, incluyendo el uso de las ruinas (en algunos casos no tan arruinadas) de las riendas de los controles corporativos.
Muchos ciudadanos viven en el desánimo de ver el mundo político mexicano y el actuar de los políticos. El sentimiento expresado con rabia no hace mucho por los argentinos parece recorrer hoy franjas amplias de la sociedad mexicana: que se vayan todos. Eso quiere la propuesta del voto nulo. Pero no es sino otro sueño. No se irán.
En las elecciones intermedias siempre hay una mayor abstención que en el voto de las presidenciales, y nos hemos habituado a ver el hecho como “normal”, no como una anomalía del sistema político. Esta vez la abstención será mayor (en abril algunas encuestas la hacía llegar hasta 70 por ciento), y en 30 por ciento de los potenciales votantes ganaban aun los indecisos.
El desencanto con los partidos, el gobierno y la política nace de su proverbial ineficacia. No han sido capaces de asumir un gobierno dividido, menos aún de producir un proyecto de futuro de largo plazo que se sostenga más allá de los periodos electorales. Una ruta que nos saque de la postración y el subdesarrollo. Y son los partidos los únicos agentes posibilitados de generar ese acuerdo en lo fundamental. No lo hacen, no sirven. Los proyectos “societarios”, creo, son un sueño más.
Los abstencionistas definitivos, ni modo, han decidido dejar que ese 30 o 35 por ciento de votantes decida cómo integrar la Cámara de Diputados y las alcaldías en juego. Muchos abstencionistas creen que así “castigarán” a los partidos. Los del voto nulo, en cualquier modalidad, creen lo mismo: que los políticos se enteren que repudiamos su existencia en los términos en que ejercen la política. Es por supuesto una ingenuidad creer que esos “castigos” van a modificar la política y los partidos. Nada cambiará por el hecho de que fuera 20 o 10 por ciento de los electores quienes configuren la composición de la Cámara: cualquier cifra será tomada por los elegidos como la cifra electoral realmente existente y posible. Sería legal y cada uno tendrá su silla con tres o con cinco votos. En el sistema político mexicano ningún diputado es responsable frente a los electores, de modo que abstenciones y votos nulos les importan en la medida en que su voto duro es de distinto tamaño. Se crea así una división más entre los partidos: los del voto duro mayor están más cómodos con una alta abstención y muchos votos nulos.
¿Quiere usted castigar a los “grandes”?: vote por un chico. Vea cuáles son negocios familiares (el Verde que, además, está contra la vida), vea cuáles son rémoras oportunistas colgadas de los “grandes”, piense y vote. No va usted a ganar, va a darle espacio a voces nuevas: experimente. Si el voto a los chicos es significativo, quizá los grandes empiecen a pensar en los electores. No hay más que los bueyes grandes para arar y, en lugar de boxear, queremos que aren de consuno por el bien de México.
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